Sequía y cambio climático:
eventos extremos que amenazan la biodiversidad,
la sociedad y la salud pública en Puerto Rico
Por: Dr. Pablo Méndez Lázaro
El agua se considera un recurso vital para todas las formas de vida. Es un recurso móvil, limitado (espacial y temporalmente) y de usos múltiples (agricultura, turismo, industria, recreación, necesidades vitales e higiene personal, entre otros). Se considera un recurso renovable en calidad y cantidad, sin embargo, la mala gestión y otros factores pueden reducir la cantidad disponible de él. Por ello, se considera el recurso más preciado para el ser humano y su entorno. En el siglo XXI, el recurso agua se maneja con dos principales enfoques, tratando siempre de mantener la integración entre ambos: la cantidad y la disponibilidad; la calidad y la accesibilidad. No obstante, existe un sinnúmero de factores (naturales o antropogénicos) que pueden reducir la disponibilidad del recurso hídrico, entre ellos la sequía.
La sequía puede ser considerada como una amenaza climática que inicia con una disminución acusada de la precipitación promedio, ocasionando escasez del recurso agua en un lugar determinado durante un periodo específico. Generalmente, si la lluvia es 75% o menos de lo normal (lluvia promedio de 30 años) por un periodo de un año o más, se considera una sequía meteorológica. Debido a la variabilidad natural del clima, la probabilidad de ocurrencia y frecuencia de estos episodios meteorológicos es cada vez mayor, lo cual afecta la vida de muchas personas y ocasiona pérdidas económicas millonarias en un país. En la mayoría de los casos, la presión que ejerce la escasez del recurso hídrico (la sequía) sobre el sistema se traduce en sequías agrícolas, sequías hidrológicas y sequía social.
Según definido por el Comité Interagencial de la Sequía constituido en Puerto Rico, la sequía agrícola ocurre cuando no hay suficiente agua para que puedan crecer los cultivos, afectando mayormente la producción de cosechas y el ganado. La sequía hidrológica se refiere al efecto de la merma en el patrón de lluvia por un periodo prolongado sobre los cuerpos de agua superficiales y sobre los recursos de agua subterráneos y los efectos de esta escasez en el suministro de agua. Por último, pero no menos importante, la sequía social que está relacionada con los efectos de la escasez en el abasto de agua para las personas y las actividades económicas, potenciando desigualdades de acceso y aprovechamiento del agua en la población del país.
En las últimas décadas, EE.UU y Puerto Rico han registrado graves sequías de manera periódica. Según el Monitor de la Sequía de Estados Unidos, en el 2012, el 60% de los estados contiguos del país sufrieron la peor sequía en 60 años. Mientras, en Puerto Rico, el año 1994, verano de 2012 y verano de 2014 nos han demostrado que la Isla no está exenta de estas amenazas. La sequía de 1994 tuvo un costo económico de $200 millones aproximadamente. Además, estos episodios prolongados usualmente son acompañados por episodios de calor extremo. Los veranos de 2012 y 2014 han sido registrados entre los veranos más secos y más calurosos en la historia de Puerto Rico.
Embalse la Plata, 2 de julio del 2014, y Embalse Carraízo, 1 de agosto del 2014. Fotos tomadas y suministradas por: División de Monitoreo del Plan de Aguas y del Negociado de Costas, Reservas y Refugios del Departamento de Recursos Naturales.
La sequía tiene impacto directo e indirecto en la sociedad, la biodiversidad y la salud pública. En EEUU y en Puerto Rico, durante periodos extensos de sequía, aumenta considerablemente el riesgo de fuegos forestales. Además, la ocurrencia de sequías en algunos estados del suroeste de los Estados Unidos son las responsables de un deterioro sustancial en la calidad del aire ocasionado por los suelos secos y a menudo los incendios forestales (aumentando la cantidad de partículas en el aire, como las de polen y humo). De acuerdo con el CDC, estas partículas pueden irritar las vías respiratorias y exacerbar las enfermedades respiratorias, sobretodo en poblaciones inmunocomprometidas y vulnerables. También ha quedado evidenciado el impacto que tiene la sequía en la calidad del agua. La disminución de los caudales en las aguas fluviales podría fomentar la concentración de contaminantes. De igual forma, compromete la calidad de nuestros abastos de agua (embalses), dado que las altas temperaturas que se registran durante estos episodios, junto con la poca aportación de agua dulce, fomentan la disminución de oxígeno disuelto, afectando la vida en estos embalses.
Embalse Cerrillos, 8 de julio del 2014. Fotos tomadas por Gaspar Pons Cintrón, Oficial de Manejo del Embalse Cerrillos. Suministradas por: División de Monitoreo del Plan de Aguas y del Negociado de Costas, Reservas y Refugios del Departamento de Recursos Naturales.
Por tales razones, se debe trabajar en la detección y acción temprana. La gestión temprana y planificada puede tener el efecto positivo de reducir o evitar los efectos negativos de la sequía sobre la estructura y funcionamiento social de la comunidad por la demanda y disponibilidad de unos bienes y servicios. En otras palabras, estos tipos de episodios ponen en riesgo y comprometen la producción económica, la sanidad, la higiene y la continuidad de operaciones en hospitales, centros comerciales, hoteles y paradores, restaurantes, escuelas y actividades residenciales. En resumen, la continuidad de operaciones en la isla se ve directamente afectada por la escasez del agua.
Cabe resaltar que el fenómeno de la sequía no depende única y exclusivamente de las condiciones climáticas, sino también de las actitudes sociales (el humano como híper-consumidor y con consumo poco responsable), la capacidad de almacenaje del recurso, la capacidad de respuesta que pueda tener el Estado para atender el asunto y la pérdida de agua que ocurre en el Sistema de Distribución Central de Puerto Rico. El conjunto de todos estos factores hacen de Puerto Rico un territorio sumamente vulnerable ante la ocurrencia de episodios de sequía. En el siglo XXI, Puerto Rico aún utiliza el “agua potable” para los inodoros. Esto significa que se usa el agua más cara del país (alto costo para potabilizar), la más regulada y monitoreada por las agencias federales y estatales y la de mejor calidad (cumpliendo con los mejores estándares federales y estatales) para enviarla directamente al sistema sanitario. El uso del inodoro puede representar entre 30 a 40% del uso del agua en una residencia común. Por tal motivo, exhorto a que implantemos alternativas con acciones directas, correctivas y a no continuar con las recomendaciones obsoletas.
Se debe enfatizar en alternativas seguras y viables para adaptarnos a los cada vez más frecuentes episodios de sequía. Puerto Rico tiene una alta dependencia al Sistema Central de Distribución de Agua (AAA). Algunas sugerencias para disminuir la dependencia y reducir la vulnerabilidad son expandir las áreas de captación en el territorio. El sistema de captación central de Puerto Rico está enfocado única y exclusivamente en la lluvia que cae en la montaña, las áreas de cabecera en las cuencas y un poco a las aguas subterráneas. Se le otorga muy poco crédito a la cantidad de lluvia que se precipita en los llanos costeros. Invito a que se observen los llanos como posibles fuentes de abastecimiento, siempre que existan los equipos adecuados. La lluvia en la costa alcanza hasta 1500mm/año (sobre todo en la costa norte), agua que no se utiliza. Tomando en consideración que la mayor expansión urbana en Puerto Rico se encuentra en los llanos costeros, debemos rentabilizar el espacio ocupado y analizar de manera integrada. Esta expansión de captación de agua será posible si equipamos y dotamos nuestros techos con sistemas de recolección de aguas de lluvia. A modo de ejemplo: nuestras escuelas públicas y privadas tienen grandes superficies de suelo urbanizado y de techos que solo sirven para generar escorrentía. Se puede equipar las escuelas con sistemas que les permitan utilizar el agua de lluvia para ciertos tipos de uso. Esto tendría beneficios inmediatos (minimiza el gasto de agua, lo que representaría un beneficio económico para el Departamento de Educación; minimiza la cantidad de agua que genera escorrentía, por lo tanto, se disminuye la probabilidad de ocurrencia de inundaciones urbanas; representa menos dependencia del Sistema Central de Distribución de Agua, por lo tanto, se reduce tu vulnerabilidad con sistemas alternos). Esto significa que no se debe incentivar el modelo de cisterna que se llena con agua de AAA. Las cisternas que son llenadas con agua del Sistema Central ejercen mayor demanda y presión sobre el sistema de abastecimiento. Se debe incentivar aquel sistema que se llena con métodos alternos y que ayuden a minimizar la dependencia con la AAA. Esto disminuye también la presión que ejerce la sociedad sobre el Sistema Central de Almacenaje y Distribución. Estas no son ideas nuevas (se utilizan en un gran número de islas en el Mar Caribe), sin embargo, son métodos alternos que son muy poco fomentados en Puerto Rico. Estos sistemas pueden ser instalados en hospitales, escuelas, centros comerciales, residencias, etc.
Por todo esto, le urge a Puerto Rico atender el asunto de las sequías. Necesita aumentar la resiliencia frente a estos fenómenos naturales para así fortalecer su seguridad hídrica. En respuesta a este problema, en el verano de 2014 se constituyó el primer Comité de la Sequía liderado por el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales y compuesto por agencias federales, estatales y la academia. Actualmente se encuentra en desarrollo el primer “Protocolo para el Manejo de la Sequía en Puerto Rico”. Dicho documento sienta los pilares para el manejo de las situaciones extremas.
En vías de poder afrontar las amenazas del cambio climático y de adaptarnos a los episodios de sequías, se debe fomentar en Puerto Rico un consumo responsable, respeto por el medio ambiente, solidaridad de cada individuo hacia los demás, disciplina para usar sólo lo que necesitamos, responsabilidad para utilizar correctamente hoy los recursos disponibles y sabiduría para utilizar la tecnología.