Consecuencias del bajo por ciento de reducción de basura y de reciclaje en Puerto Rico
Por: Dra. Sandra Cruz-Pol / Coordinadora del Programa Campus Verde
y Roberto Torres-Martínez / Coordinador del Programa de Reciclaje en el Recinto Universitario de Mayagüez
Debemos comenzar por reconocer que Puerto Rico es una isla pequeña y que, por lo tanto, tiene un limitado espacio para usar sus terrenos como sistemas de rellenos sanitarios, los conocidos vertederos, y mucho menos para vertederos industriales. En el año 1994, prácticamente, la mitad de los 64 vertederos tuvo que cerrar al no poder cumplir con la reglamentación federal de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) que exige estrictos requisitos en el manejo de los desperdicios para minimizar los impactos ambientales y sus repercusiones en la salud, en general. Recientemente, la EPA requirió el cierre de dos vertederos municipales adicionales en Vega Baja y Florida, ya que su operación representaba una seria amenaza a los cuerpos de agua y a los suministros de agua potable. De no haber cerrado, los municipios se habrían expuesto a multas ascendentes hasta a $6,500 diarios.
Otro aspecto del problema del manejo de la basura es la falta de educación a la ciudadanía. Las personas tiran a la basura objetos altamente contaminantes por falta de conocimiento sobre las consecuencias que estas acciones tienen en la calidad del agua que tomamos y sobre otros daños ambientales que causan. Esto incluye la ina-propiada disposición de las baterías de uso doméstico (las cuales contienen componentes tóxicos y presentan otras características peligrosas), de los aceites de cocina, las pinturas, las bombillas fluorescentes, los equipos electrónicos y de todo tipo de materiales y objetos que contaminan al entorno en que vivimos.
En Puerto Rico se generan aproximada-mente 5 libras de basura por persona cada día. Esto es el doble de lo que genera una persona en Europa y equivale a 3.65 millones de toneladas al año de desperdicios que en su mayoría (90%) llegan a los vertederos. Por lo tanto, hay que buscar urgentemente la manera de reducir drásticamente la cantidad de basura que producimos. La incineración de basura no es la solución, pues implica otros daños al ambiente al producirse gases altamente tóxicos.
Hace falta la implantación de unas medidas y acciones de urgencia, como lo sería el controlar, reducir o eliminar la entrada a la isla de materiales no reciclables tales como el poliestireno, conocido comúnmente como “styrofoam”, las botellas y envases de plástico no reciclable y las bolsas plásticas que son hechas de derivados del petróleo. En otros países, acciones como éstas han contribuido a reducir significativamente el volumen de los desperdicios. Por ejemplo, en China se ahorran 37 millones de barriles de petróleo al año luego de que se prohibiera el uso de bolsas plásticas. En Australia, prohibieron el agua embotellada y, en algunas ciudades de Estados Unidos, han prohibido el uso del poliestireno. Irlanda, Uganda y países europeos y de América Latina también prohibieron las bolsas plásticas y la gente tiene que traer sus bolsas de tela cada vez que van de compras. Esto tiene la ventaja añadida de proteger la vida marina, incluyendo especies en peligro de extinción, como el tinglar, que se afecta grandemente por las finas bolsas plásticas que el viento levanta y lleva al mar y que estos animales confunden con alimento. Otra medida para reducir los desperdicios que llegan a los vertederos es la de fomentar la composta de desechos orgánicos que se generan en las casas, en los supermercados y en los negocios de manufactura y venta de productos de comida, convirtiéndolos en material útil para enriquecer la tierra.
La reducción de los desperdicios, definitivamente, es clave importante para la solución de los problemas que conlleva el manejo de la basura a nivel mundial. El reciclar, solamente, ayuda, pero no nos salva. El orden de prioridad es éste: 1. Reduce, 2. Reusa y 3. Recicla. Si redujéramos, o sea, si compráramos menos, compráramos artículos con menos empaque y redujéramos consumo, entonces, no habría siquiera que hacer las otras dos cosas, o sea, ni reusar, ni reciclar. Reciclar es bueno, pero mucho más impactante es reducir.
Algunos ejemplos del impacto de reducir
Si compramos gelatinas en empaque individual, en vez de en caja para prepararla, es mucho más lo que hay que reciclar. En vez de un cartoncito, al comprar en empaques individuales tenemos de 6 a 10 envases de los que disponer y, a veces, no se recicla ese tipo de plástico en PR (si no son tipo 1 ó 2). Si compramos agua de botella, nos sale más cara y tenemos que pensar en reciclar el plástico. Si tomamos agua de la pluma, la cual se puede filtrar, aunque no es necesario en la mayoría de los casos, no hay que preocuparse por reciclar las botellas. Si no cambiamos de celular tan a menudo, no hay que ocuparse de buscar dónde reciclarlo.
Un filtro de jarro de agua equivale a 40 galones y ahorra de $200 a $500 dólares anualmente. Más importante aún, reduce considerablemente el volumen de desperdicios.
En el caso de la cafetería del Recinto Universitario de Mayagüez, por ejemplo, el cambiar de vajilla desechable a vajilla lavable les ahorrará la disposición de unos 13,000 platos desechables mensualmente y unos $6,000 en costo de platos. En el caso de las baterías regulares, ¡nos podemos ahorrar $100 por cada batería recargable que usamos y se disminuye el volumen de desperdicios en 99%!
Recordemos que, si no somos parte de la solución, nos convertimos en parte del problema.